La abadía de Westmalle, en Bélgica, se terminó de construir en 1794, pero la comunidad monástica no fue reconocida como una abadía trapense hasta 1836.
Ese mismo año, los monjes mandaron a construir una fábrica de cerveza y, para diciembre, ya tenían su primer producto terminado.
Desde entonces, las bebidas producidas en este monasterio se han hecho conocidas en buena parte del mundo.
A día de hoy, los monjes ya no están a cargo del proceso de elaboración, pero sí se encargan de la dirección de la fábrica.
Entre otras cosas, ellos son los que eligen a los colaboradores que elaboran sus tradicionales productos para que no pierdan la calidad.
Hay bastante misticismo alrededor de la abadía de Westmalle porque no está abierta al público, debido a la reconocida vida espiritual de los monjes.
Actualmente, las ganancias se destinan al sustento del monasterio, a obras sociales y a personas con discapacidades.
Sólo para los monjes
El 22 de abril de 1836, el monasterio se convirtió en abadía trapense y para diciembre la primera cerveza estaba lista.
Pero la mala noticia para los habitantes de esta región belga es que, durante las primeras dos décadas, sólo era para el consumo de los propios monjes.
Recién en 1856, y de forma esporádica, comercializan sus productos en la puerta del monasterio para hacerle frente a algunos gastos cotidianos.
Cada vez que los monjes salían de la abadía, las cervezas se vendían de inmediato, lo que demostraba que la calidad de la bebida era buena.
Salida definitiva al mercado
Recién en 1921 las cervezas trapenses salen a la venta en comercios y tiendas gastronómicas. Previo a ello, los monjes habían ampliado las instalaciones de la fábrica para poder aumentar la producción.
Las ganancias fueron muy importantes y es por eso que en 1930 se abre una nueva sala de elaboración, una de fermentación y otra que es usada como taller.
La calidad de la cerveza siempre fue una prioridad para los monjes y es por eso que no dudan en adquirir el equipamiento necesario para que los niveles de producción sigan creciendo.
Para la segunda mitad del siglo XX ya estaban en el mercado la “Westmalle Dubbel” y la “Westmalle Trippel”, sus dos productos insignia.
Llegó un momento en que la demanda era altísima y los monjes ya no podían dedicarle todo el tiempo que requería. Llegó el momento, entonces, de contratar personal.
Inversión, calidad y tradición
Si bien los monjes ya no están a cargo de la producción de la cerveza, sí son los que dirigen la fábrica.
Se encargan de la elección del personal, de la compra de equipamiento, de las ventas y de todo lo demás que rodea al negocio.
El valor más importante es el del respeto por la tradición cervecera trapense, que lleva ya más de 150 años en estos muros.
Por otra parte, para los monjes siempre ha sido importante modernizar la fábrica para que la calidad de la cerveza y los niveles de producción no decaigan. Es por eso que las inversiones son constantes.
Las ganancias provenientes de la cerveza se destinan a los gastos del monasterio, a obras sociales y en ayuda hacia personas vulnerables.